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Un rincón sagrado

Un rincón sagrado

 

En un rincón olvidado del cualquier lugar del mundo, existía un bosque que guardaba un secreto antiguo. Entre sus árboles frondosos y caminos ocultos, corría un río cuyas aguas torrenciales cantaban una melodía eterna. Este lugar no era simplemente un paraje natural; era sagrado, un refugio para las almas en busca de consuelo y comprensión.

El bosque se extendía en un laberinto de verdes profundos y sombras reconfortantes. Cada árbol, con sus ramas entrelazadas, parecía contar historias de tiempos pasados, de vidas vividas y recuerdos guardados. Las piedras del río, lisas y desgastadas por el flujo constante del agua, eran los testigos silenciosos de estas historias. Cada una era un fragmento del todo, una pieza del rompecabezas que formaba la atemporalidad del lugar.

El río, con sus aguas turbulentas y claras, era el corazón del bosque. Su corriente era poderosa, pero al mismo tiempo, ofrecía una calma profunda a aquellos que se detenían a escuchar su canción. Era como si el río hablara en un lenguaje antiguo, una lengua que resonaba con el alma de quien lo escuchaba. Los torrentes de agua, en su danza interminable, reflejaban la fuerza y la fragilidad de la existencia.

Para aquellos que encontraban este lugar, el bosque y el río se convertían en un santuario. Sentarse junto a las piedras y observar las aguas torrenciales era una experiencia transformadora. La emoción que este lugar evocaba era una ofrenda, un tributo a la sacralidad del propio ser. Aquí, en la serenidad del bosque, cada persona podía encontrarse consigo misma. Todos sus “yoes” se unían en un solo momento, pasado, presente y futuro convergiendo en una danza de autoconocimiento.

Una tarde, un viajero llegó al bosque. Sus pasos eran pesados, cargados de años de búsqueda y añoranza. Al alcanzar el río, se sentó en una de las piedras, sintiendo su suavidad bajo sus manos. Cerró los ojos y dejó que el sonido del agua lo envolviera. En ese instante, se sintió conectado con todas las versiones de sí mismo: el niño curioso, el joven soñador, el adulto cargado de responsabilidades, y el anciano sabio que anhelaba ser.

Las aguas del río fluían, llevándose consigo sus preocupaciones y miedos. En su lugar, dejaron una paz profunda, una comprensión de que este lugar sagrado no solo era una parte del mundo exterior, sino también una parte intrínseca de su ser. Aquí, en el bosque junto al río, encontró un refugio, un hogar eterno donde sus diferentes “yoes” podían ir y venir, siempre bienvenidos.

Y así, el viajero se levantó, sintiendo una ligereza nueva en su corazón. Sabía que este lugar sagrado siempre estaría allí, un punto de encuentro atemporal, una ofrenda de la naturaleza para aquellos que buscan conocer la verdadera esencia de su ser. Con una última mirada al bosque y al río, se marchó, llevando consigo la sabiduría y la paz que había encontrado en ese rincón sagrado del mundo.

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