En medio de la ciudad, entre el bullicio y el constante ir y venir de las calles, una escultura se erguía solitaria en una plaza. Su figura de piedra parecía haber emergido de los sueños mismos, con formas ondulantes que se alzaban hacia el cielo, como si intentara atrapar algo intangible entre sus líneas frías y duras. Era invierno, y el aire cortaba las mejillas de aquellos que se atrevían a caminar bajo el cielo gris, pero la escultura no temblaba. Su silueta permanecía inmóvil, vigilante, como si los siglos hubieran pasado sin dejar huella en su superficie congelada.
A su alrededor, las palabras se disolvían en el aire gélido. Las letras de conversaciones triviales, de historias entre amigos, de lamentos y risas, parecían desvanecerse antes de alcanzar a nadie. El frío las transformaba en fragmentos, en vocablos suspendidos que nunca encontraban su destino, y la escultura los absorbía en silencio, como un imán atrayendo todo lo no dicho.
El sueño profundo de la ciudad se reflejaba en la quietud de la plaza. Los autos pasaban con sus faros iluminando brevemente las formas de la estatua, proyectando sombras que bailaban por un instante y luego desaparecían. Las frases inconclusas de los transeúntes flotaban como fantasmas a su alrededor, y la escultura las guardaba, como si su silencio fuera el único lugar seguro para las palabras sin dueño.
El frío intensificaba la sensación de eternidad en aquel rincón. Las personas apresuraban el paso, escondiendo sus manos en los bolsillos, envolviéndose en bufandas que parecían enormes nudos de lana. La escultura, en cambio, permanecía expuesta, su piedra absorbía el invierno sin inmutarse. Parecía estar atrapada en un sueño del que no podía despertar, un sueño profundo que la mantenía quieta, indiferente a los cambios de la ciudad a su alrededor.
Y así, en medio de discursos no pronunciados, de párrafos que nunca se escribirían y de expresiones que quedaban congeladas en la mente de quienes la miraban de reojo, la escultura seguía soñando. Era el testigo mudo de un invierno eterno, donde las palabras y los sueños se mezclaban con el hielo, esperando, tal vez, que la primavera llegara a liberar las historias atrapadas en su fría y majestuosa figura.