En lo alto de un viejo manzanillo, una urraca extendió sus alas con gracia al sentir la suave brisa acariciar sus plumas. Su mirada curiosa exploraba el paisaje extendido debajo de ella, buscando algo que no sabía cómo describir. Volaba sin un destino claro, pero con la certeza de que cada batir de sus alas la acercaba un poco más a lo que anhelaba. A veces, se detenía en su vuelo para sonreír al sol, sintiendo la calidez en su pecho y la promesa de un nuevo día lleno de posibilidades. Aunque no sabía qué lugar tenía en ese vasto mundo, se mantenía en movimiento, buscando en cada rincón y recodo algo que quizás nunca se había perdido realmente. A diferencia de otros pájaros que parecían volar con un destino claro, la urraca encontraba su libertad en volar sin un destino predeterminado, en explorar sin miedo lo desconocido y en sonreírle al universo en cada vuelo.