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Reflejos de Felicidad

 

 

En un rincón escondido del mundo, lejos del bullicio de la ciudad, se encuentra un pequeño lago rodeado de árboles antiguos. El agua, tan clara como un espejo, refleja las ramas que se inclinan hacia él, creando un mosaico de verdes y marrones que se entrelazan con el azul profundo del cielo. Es un lugar de quietud, donde el tiempo parece detenerse, permitiendo que los pensamientos fluyan como el agua.

Una mujer se sienta en la orilla, observando los reflejos en el agua. Ha viajado muchos kilómetros para llegar hasta aquí, siguiendo una intuición, un susurro en su interior que le decía que en este lugar encontraría algo que había perdido hace mucho tiempo. La felicidad. Pero no esa felicidad efímera que se encuentra en los logros o en las cosas materiales, sino una felicidad profunda, arraigada en la conexión con la naturaleza y con uno mismo.

Mientras observa, se da cuenta de que los reflejos en el agua son como la vida misma: siempre cambiantes, nunca los mismos. Las ramas se mecen con el viento, el cielo pasa de azul a gris, y el agua ondula con el movimiento de los peces. Nada es permanente, y sin embargo, en esa no permanencia, encuentra una extraña paz.

Recuerda las palabras de los científicos que leyeron una vez, que afirmaban que viajar es una de las mejores formas de encontrar la felicidad. Y ahora, aquí, en este rincón del mundo, entiende por qué. Viajar no es solo cambiar de lugar, es cambiar de perspectiva, es permitirse ver la vida desde ángulos diferentes, desde reflejos que muestran más de lo que los ojos pueden percibir.

El viento sopla suavemente, y las ramas se inclinan aún más hacia el agua, como si quisieran sumergirse en ella, como si buscaran también esa felicidad en sus profundidades. La mujer cierra los ojos y respira profundamente, llenando sus pulmones con el aire fresco y puro del lugar. Siente que, por primera vez en mucho tiempo, está exactamente dónde debe estar.

El reflejo del cielo en el agua cambia de color, pasando de un azul brillante a un tono más suave, casi imperceptible. Y en ese momento, la mujer entiende que la felicidad no es un destino, sino un viaje, un reflejo que cambia constantemente, pero que siempre está ahí, esperando ser descubierto en los lugares más inesperados.

Con una sonrisa en los labios, se levanta y se aleja del lago, sabiendo que ha encontrado lo que buscaba. No en el lugar en sí, sino en la experiencia de estar allí, en el reflejo de las ramas en el agua, en el azul del cielo, y en la sensación de estar viva, conectada con el mundo que la rodea.

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