valle08

Perezoso inmóvil pero atento

 

Entre las ramas retorcidas y ardientes del árbol de llama del bosque, un oso perezoso se colgaba, inmóvil. Su pelaje se confundía con el gris y marrón del tronco, mientras el vibrante naranja de las flores contrastaba con la quietud de su cuerpo. El bosque respiraba un silencio extraño, casi inquietante, como si el tiempo mismo se hubiese detenido en torno a la criatura.

El perezoso, con sus ojos entrecerrados, parecía ajeno al mundo que lo rodeaba. No era la lentitud de sus movimientos lo que perturbaba, sino esa calma desconcertante, como si supiera algo que los demás ignoraban. Las hojas se movían en lo alto, pero él no se movía. Su presencia, enraizada en el árbol, trazaba un dibujo de quietud en un bosque lleno de vida. Algo sobre él —sobre esa inmovilidad suspendida entre las ramas— resultaba extraño, casi inquietante, como si en esa calma se ocultara un secreto profundo.

Los colores del árbol, tan intensos, parecían danzar con cada rayo de luz que se colaba entre las hojas, delineando formas irreconocibles en la corteza y en la piel del animal. Era un bosque donde la tranquilidad, en lugar de confortar, creaba una tensión inexplicable. A lo lejos, el viento, apenas perceptible, acariciaba las flores escarlata, pero no perturbaba al perezoso. Ni una rama se movía en torno a él. Solo los rayos del sol, al atravesar las flores, teñían de rojo las sombras del suelo.

Quien lo mirara detenidamente sentiría un ligero malestar, como si, al observar al perezoso, estuviese mirando una verdad incómoda, escondida tras el disfraz de la naturaleza. Algo más allá del simple acto de colgar de un árbol. Una poesía escrita en el viento, incompleta, pero cargada de significados ocultos.

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