La iguana se desliza por el suelo terroso, su piel áspera llena de tonalidades verdes y marrones que reflejan la luz del sol. Cada escama parece una pincelada, una obra maestra de la naturaleza diseñada para camuflarse entre las sombras y las ramas del árbol. Su cuerpo se alarga, sinuoso, mientras avanza con lentitud pero con una seguridad que viene de años de habitar este paisaje cálido. Sus patas, fuertes y llenas de precisión, levantan polvo en cada paso, y su cola larga, casi el doble de su cuerpo, se arrastra tras ella como una serpiente perezosa.
Los ojos de la iguana parpadean, observando con atención su entorno. Parecen no moverse, pero captan cada mínimo detalle: el brillo de una gota de rocío en una hoja cercana, el susurro del viento moviendo las ramas. Sabe dónde está, sabe a dónde va. En su mundo no hay prisas, solo el ritmo lento del día, el calor del sol que se filtra entre los árboles y la paz de saber que el tiempo no tiene apuro.
De vez en cuando, la iguana se detiene. Su lengua, rápida y rosada, sale de su boca para probar el aire, buscando señales, quizás de peligro o quizás de comida. Pero no hay urgencia en su movimiento, solo la pausa de alguien que sabe que la vida se vive mejor sin precipitación. Su andar es pausado, elegante a su manera, un balance perfecto entre el reptil prehistórico que es y la criatura serena que domina su entorno.
A medida que avanza, los colores de su piel cambian con la luz. A veces, un verde profundo que se funde con la vegetación. Otras veces, un marrón que se confunde con el tronco del árbol, como si fuera parte de él. Es un ser de colores cambiantes, como si llevara consigo la paleta del propio paisaje.
Llega a una roca que ha absorbido el calor del sol durante toda la mañana. Ahí, la iguana se detiene, trepando con una facilidad sorprendente. Extiende su cuerpo, dejando que el sol acaricie cada escama, y allí permanece, inmóvil, observando la vida pasar. No hay prisa, solo el momento presente.
Ella sabe que las mejores decisiones se toman cuando se observa en silencio, cuando se escucha el viento y se entiende el movimiento de las hojas.