sin título

Luna la paloma

 

 

En medio del vasto desierto, donde la arena ardiente se extendía hasta donde la vista alcanzaba, había un lugar singular: un oasis rodeado de agua del mar, pero no cualquier agua, sino una tan fría que ningún ser se atrevía a tocarla. En este oasis, habitaba una solitaria paloma blanca, cuyo plumaje contrastaba con la aridez del entorno.

La paloma, que llamaré Luna por la pureza de su color, vivía en un pequeño nido entre las palmeras que bordeaban el oasis. Todos los días, Luna se aventuraba a volar sobre las aguas heladas del mar, pero nunca se atrevía a tocarlas. La sensación de frío intenso la detenía justo antes de sumergirse.

Una mañana, cuando el sol dorado empezaba a elevarse sobre el horizonte, Luna decidió enfrentar su miedo al agua fría. Extendió sus alas blancas y se elevó en el aire, planeando sobre el oasis. Al acercarse al borde del agua, sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo, pero esta vez, decidió no retroceder.

Con determinación, descendió lentamente hasta rozar la superficie del agua. El frío era tan intenso que le cortaba el aliento, pero Luna se mantuvo firme. Se sumergió apenas un instante y luego salió rápidamente, agitando sus alas para secarse.

El acto desafiante de Luna no pasó desapercibido para los demás habitantes del oasis. Los camellos que llegaban sedientos al oasis observaron con asombro cómo la paloma se atrevía a acercarse al agua prohibida. Las serpientes que se escondían entre las rocas levantaron sus cabezas con curiosidad.

Desde ese día, Luna se convirtió en un símbolo de valentía para todos los seres del desierto. Los viajeros contaban historias sobre la paloma que desafió el frío del mar y regresó más fuerte. Incluso las plantas del oasis parecían crecer con más vigor, como si la determinación de Luna hubiera infundido nueva vida en el lugar.

Así, en aquel oasis perdido en medio del desierto, una paloma blanca demostró que incluso lo más frío e intocable puede ser enfrentado con coraje y determinación. Luna se convirtió en un recordatorio de que los límites, muchas veces, están solo en la mente de quienes los temen.

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