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Lo que alguna vez imaginó

 

 

El aeropuerto se llenaba de murmullos y pasos apresurados, pero en medio de todo ese movimiento, el atardecer pintaba las enormes ventanas de tonos dorados y amarillos y grises. Afuera, los aviones parecían figuras inmóviles contra el cielo que se transformaba, como si el día estuviera despidiéndose con una reverencia final.

Sentado en una fila de sillas, un hombre miraba hacia la pista, perdido entre los reflejos del sol sobre el metal de las aeronaves. Tenía una pequeña maleta a sus pies, y sus dedos jugaban distraídamente con el pasaporte que descansaba en su regazo. Los anuncios de vuelos resonaban en los altavoces, uno tras otro, pero él apenas los escuchaba. Su mente estaba al otro lado, en otro mundo. Ese mundo que lo esperaba, aún desconocido pero tan cercano.

Los sueños, esos que siempre parecían estar lejos, ahora estaban a un vuelo de distancia. El hombre podía sentirlos palpitar junto a él, como si el aire mismo del aeropuerto estuviera cargado de promesas, de aventuras y de nuevos comienzos. Las luces en la pista comenzaban a encenderse, pequeños puntos de guía que rompían la oscuridad incipiente del anochecer, y los motores de los aviones rugían lejanos, en preparación para despegar.

Miró la pantalla donde su vuelo aparecía en lista de espera, y sonrió, apenas. No era el tipo de sonrisa que muestra felicidad inmediata, sino la que surge cuando se siente que el destino se acerca, cuando el horizonte se expande con la posibilidad.

El sol se hundía cada vez más bajo en el horizonte, y con ello, el aeropuerto se llenaba de una luz más suave, más íntima. En ese momento, el tiempo parecía detenerse, como si antes de partir, la vida le diera un respiro, un espacio para saborear lo que venía. Porque, al otro lado, no solo había una ciudad, un país o un paisaje nuevo. Había algo más grande, algo indefinido que lo llamaba. Era la promesa de algo diferente, de una vida aún sin escribir.

Y mientras el cielo se oscurecía por completo, su vuelo fue llamado. El hombre se levantó, el pasaporte aún en la mano, los ojos fijos en la puerta de embarque. Todo lo que alguna vez imaginó, todos esos sueños que se le habían escapado entre los dedos, parecían ahora estar más cerca que nunca.

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