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Lo efímero de la vida

 

 

La casa, perdida en medio del bosque, parecía susurrar historias al viento. Su estructura, aunque todavía en pie, estaba vencida por el tiempo. Las ventanas, que alguna vez ofrecieron vistas a un paraíso verde y vibrante, ahora eran agujeros vacíos, y las puertas colgaban de sus bisagras oxidadas. Cada rincón de la casa contaba una historia de lo que alguna vez fue y de lo que se había perdido.

Había sido un lugar lleno de vida, un refugio apartado donde la naturaleza se mezclaba con el hogar. Los árboles altos, que todavía la rodeaban, antes eran guardianes de su belleza. Sus hojas filtraban la luz del sol, creando sombras que danzaban en las paredes, mientras el viento traía consigo el olor a tierra húmeda y flores silvestres. Se escuchaba el canto de los pájaros y el murmullo del río cercano. Pero ahora, ese murmullo se había apagado, reemplazado por el crujido de la madera envejecida y el susurro de las hojas secas bajo los pies.

¿Qué había pasado?

El paraíso se fue desvaneciendo lentamente. Primero, fueron los inviernos duros, las lluvias interminables que erosionaron las paredes de la casa, y luego el abandono. Nadie regresó. El bosque reclamó lo que siempre había sido suyo. Las plantas treparon por las paredes, invadiendo cada espacio hasta que ya no quedó rincón libre del verde. El tiempo, como siempre, hizo su trabajo, y el hogar que alguna vez fue un santuario se convirtió en un testimonio de lo efímero de la vida.

La madurez, pensó mientras miraba la casa desde la distancia, también trae consigo la comprensión de lo que se necesita para mantener algo hermoso, la responsabilidad de preservarlo. La casa, aunque abandonada, seguía en pie, y en eso había un mensaje profundo. Al igual que una carrera profesional, que requiere de esfuerzo constante y compromiso, la casa necesitaba cuidados que nunca recibió en su totalidad.

Había construido una carrera sólida, había aprendido lo que significaba la excelencia y la dedicación, pero también sabía que con esa madurez venía el deber de no permitir que algo valioso se perdiera en el tiempo. Miró la casa una vez más, sintiendo que, aunque rota, había una lección en su caída. Era un recordatorio de que todo, incluso lo más bello, requiere cuidado constante, no solo en los momentos de éxito, sino también cuando las primeras señales de desgaste comienzan a aparecer.

El paraíso que alguna vez fue, todavía vivía en la memoria de aquellos que lo conocieron. Pero como todo en la vida, si no se cuida, se desmorona lentamente. La casa, aunque olvidada, seguía en pie, como un monumento a lo que alguna vez fue, y a lo que pudo haber seguido siendo si alguien hubiera estado allí para cuidarla.

 

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