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La lagartija y el fotógrafo

Había una vez una lagartija que corría sin parar por las ramas de un árbol de guanacaste. Su piel brillaba bajo los rayos del sol, reflejando los colores del bosque seco que la rodeaba. Cada escondite que encontraba en su camino le consolaba el alma, como si cada hoja, cada grieta en la corteza del árbol, le susurrara palabras de aliento.

Con cada paso, la lagartija sentía una alegría que brotaba desde lo más profundo de su ser, una alegría que no podía contener y que se desbordaba hacia el universo. Su energía era contagiosa, y su entorno empezaba a bullir a su favor, cargado de deseos de vivir y de transformación.

Sus esperanzas eran el motor que la impulsaba hacia adelante, el comienzo de un logro que la llevaba a explorar nuevos territorios y a enfrentar grandes desafíos. Cada paso era una premonición, un instinto que le guiaba hacia oportunidades ocultas, hacia presentimientos de grandeza.

En ese instante otro animal mas grande se la iba a devorar cuando de pronto en su camino, se cruzó con un fotógrafo, alguien que desde lejos había estado siguiendo su viaje. Este fotógrafo, con su simple presencia, cambió el resultado de un acontecimiento futuro, abriendo puertas que antes parecían cerradas, se dejó ver por el mundo entero a través de las fotografías que permitió que le tomaran. Luego la lagartija siguió corriendo, explorando, transformando su entorno con cada paso. Y mientras viajaba sin parar, dejaba una estela de energía y esperanza, una fuente imparable de vida y renovación.

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