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La flecha encuentra su camino

 

 

En lo profundo del bosque, donde los árboles susurran y juegan con el viento y la luz del sol apenas se filtra a través del follaje, se encuentra un rincón mágico donde los hongos florecen como joyas escondidas. Allí, cada hongo es una pequeña maravilla de la naturaleza, con formas y colores que desafían la imaginación.

Una mañana, Leah, una joven apasionada por la botánica, se adentró en el bosque con su cuaderno y su cámara. Había oído hablar de este lugar, pero nunca lo había visto con sus propios ojos. Caminaba con cuidado, sus pasos silenciosos sobre la hojarasca, atenta a cada detalle a su alrededor.

De repente, algo captó su atención. Bajo la sombra de un árbol caído, un grupo de hongos se alzaba orgulloso. Eran de un color naranja profundo, con un brillo casi irreal. Leah se agachó, observándolos detenidamente. No era solo su belleza lo que la fascinaba, sino la forma en que parecían emerger del suelo como si fueran parte de un todo más grande, una manifestación perfecta de la vida misma.

Leah sacó su cuaderno y comenzó a dibujar. Cada línea era trazada con cuidado, capturando la esencia de los hongos. No se trataba solo de replicar su forma, sino de entender su lugar en el ecosistema, su relación con el suelo, la humedad, la sombra. Mientras dibujaba, sentía cómo sus pensamientos se alineaban, cómo sus emociones se conectaban con cada trazo.

De repente, un rayo de sol atravesó las hojas y bañó los hongos en una luz dorada. Ella se quedó sin aliento. En ese momento, comprendió algo profundo. La manifestación de la belleza no era solo una cuestión de observar y registrar, sino de estar presente, de ser parte de ese instante.

Se sentó en silencio, permitiendo que el momento la envolviera. Podía sentir la vida del bosque a su alrededor, el susurro de las hojas, el canto lejano de los pájaros, el aroma húmedo de la tierra. Los hongos, con su quieta presencia, le enseñaban una lección sin palabras: la verdadera manifestación requiere unión, integridad y profundidad.

Leah cerró su cuaderno y se quedó allí, respirando lentamente, permitiendo que sus pensamientos y emociones se alinearan con la serenidad del lugar. Comprendió que la manifestación no era solo una cuestión de decretar o desear, sino de unir pensamientos, palabras y acciones con una intención clara, de ser íntegro y profundo en cada paso que daba.

Cuando finalmente se levantó para marcharse, se sintió diferente. Había encontrado una conexión más profunda con el mundo natural, una comprensión de que la verdadera belleza y manifestación se encuentran en la unión de todos los elementos, en la armonía y en la integridad de ser uno mismo.

El bosque la despidió con un suave murmullo de hojas, y Leah se fue, llevando en su corazón la lección de los hongos: vivir y manifestar con integridad, profundidad y alineación, como una flecha que encuentra su verdadero camino.

 

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