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Era mágico

 

 

Era mágico,
el junípero dibujando sombras
en las piedras que temblaban al sol.
La entrada,
un umbral de secretos apenas susurrados,
como si el viento supiera algo
que nosotros aún no entendíamos.

Una lámpara
con caracteres japoneses
parpadeaba su propia poesía,
un haiku eterno sobre luz y penumbra,
y los colores caían suaves,
como si temieran romper el silencio.

La alfombra,
desgastada pero orgullosa,
extendía su espalda para el peso
de nuestras historias.
Nos invitaba a quedarnos,
a ser parte del polvo y las huellas,
a hablar en murmullos
de lo que nunca supimos decir en voz alta.

Y un café,
negro como los pensamientos
que no queríamos tocar,
era más que café:
era tiempo,
era la tregua entre tú y yo
y las guerras que cargábamos dentro.

Ese lugar,
tan paradisíaco como remoto,
me enseñó a escuchar el silencio,
a saborear el calor en la cerámica,
a entender que el paraíso
no siempre se encuentra,
sino que se construye
entre dos manos temblorosas.

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