Las murallas se alzan, imponentes, recubiertas por la historia de siglos pasados, sus piedras bañadas en barro, tierra y agua. Cada grieta, cada hueco en esos muros, susurra cuentos de tiempos remotos, de batallas luchadas y amores olvidados. El barro que alguna vez fue húmedo y moldeable ahora se ha endurecido, atrapando en su interior las memorias de manos que alguna vez lo tocaron, lo formaron, lo utilizaron para construir.
Son las tres y diez de la mañana, y la noche aún guarda sus misterios, envueltos en una oscuridad que es tan densa como el silencio que reina en este instante. El aroma del café, recién hecho, se mezcla con el aire frío, creando una atmósfera que invita a la reflexión, al diálogo con uno mismo, con esas voces que habitan en lo más profundo del pensamiento.
Afuera, el mundo duerme, pero para ti, el día ya ha comenzado. Es en este momento, en esta quietud, cuando los sueños que se viven despiertos cobran vida. Las murallas que te rodean son testigos de este ritual nocturno, de este despertar prematuro que no depende del sol, sino de la mente inquieta que no descansa.
Piensas en la tierra y el agua que, combinadas, dieron forma a estos muros que ahora te protegen, te envuelven en su historia. Barro que alguna vez fue blando, moldeado por manos expertas, que ahora forma parte de esta fortaleza que ha resistido el paso del tiempo. El café en tu taza, caliente y oscuro, parece ser el compañero perfecto para estas cavilaciones que te ocupan, para este deseo de hablar, aunque no sepas exactamente de qué.
Las horas pasan lentas, pero para ti, el tiempo es solo un concepto relativo. Has dejado de soñar dormido, para empezar a soñar despierto, y es en estos sueños donde la historia cobra vida, donde las murallas se desmoronan y revelan lo que guardan en su interior. Cada piedra, cada pedazo de barro, es un fragmento de una historia mayor, una historia que tú mismo estás construyendo, moldeando con tus pensamientos, con tus palabras.
Aún falta mucho para que amanezca, pero eso no te inquieta. Sabes que, en algún momento, el cielo comenzará a aclarar, las sombras se disiparán, y el mundo volverá a la vida. Pero mientras tanto, en esta hora mágica, sigues conversando con esas murallas, con esa historia hecha de barro, tierra y agua. Y te das cuenta de que, al final, no es necesario que el día comience para que tú ya estés despierto, para que tus sueños sigan tomando forma, como el barro en manos de un alfarero.