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En una danza eterna

 

 

En lo profundo de un bosque ancestral, un río serpenteaba entre los árboles, cantando su canción eterna. En la orilla, una crisálida pendía de una rama, balanceándose suavemente al compás del viento. Dentro de ella, un ser se debatía entre la vida y la muerte, un momento de transformación que cambiaría todo para siempre.

La crisálida comenzó a agrietarse, revelando un destello de color. Una mariposa luchaba por liberarse, sus alas húmedas y arrugadas emergiendo lentamente. Con cada esfuerzo, una parte de su ser antiguo se desvanecía, dejando espacio para la nueva vida que estaba a punto de surgir. La mariposa, sintiendo el llamado del mundo exterior, empujaba con todas sus fuerzas, hasta que finalmente, se liberó por completo.

El aire de la mañana estaba cargado de frescura y posibilidades. La mariposa, aún débil, extendió sus alas, permitiendo que el sol las secara y las fortaleciera. Cada movimiento era un recordatorio de que una parte de ella había muerto para que otra pudiera nacer. Era ahora o nunca. Con un impulso, dejó la seguridad de la rama y se lanzó al aire.

A medida que volaba, el bosque se desplegaba ante ella, un mundo conocido y a la vez extraño. Cada hoja, cada flor, parecía familiar, pero sus colores y aromas eran nuevos, intensificados por la percepción renovada de la mariposa. Era como caminar por un sendero que había recorrido en sueños, pero ahora, estaba despierta. El futuro se convertía en presente con cada batir de sus alas.

La mariposa sentía la libertad en cada brisa, mezclada con el miedo de lo desconocido. Pero ese miedo era excitante, un recordatorio de que la vida estaba llena de incertidumbres y nuevas posibilidades. Cada vuelo era una afirmación de su existencia, una declaración de que había superado la transición, y ahora, era libre de explorar el mundo con una perspectiva fresca.

El río seguía su curso, ajeno al drama de la mariposa, pero en su canción, había una resonancia de ese mismo ciclo de vida y muerte, de transformación y renacimiento. La mariposa, volando sobre sus aguas cristalinas, reflejaba la dualidad de la vida: lo antiguo y lo nuevo, el pasado y el presente, todo entrelazado en una danza eterna de cambio.

En ese vuelo, la mariposa encontró su propósito. No era solo una criatura frágil y hermosa; era un símbolo de resistencia, de la capacidad de renacer y abrazar lo desconocido con valentía. Y mientras se perdía en la inmensidad del bosque, supo que este nuevo principio, aunque incierto, estaba lleno de promesas y oportunidades que solo la vida podía ofrecer.

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