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Ella y Él

 

 

Las nubes, suaves y dispersas, flotaban en el cielo como motas de algodón, enmarcando al imponente volcán Arenal que se alzaba en silencio. Su cumbre, oscura y majestuosa, parecía tocar el azul despejado del cielo, creando un contraste tan perfecto que cualquiera lo habría confundido con una pintura. El aire era fresco, limpio, cargado de esa tranquilidad que solo los lugares naturales pueden ofrecer.

A lo lejos, el eco lejano de una cascada rompía el silencio de la tarde, mientras los árboles susurraban suavemente al compás del viento. El volcán no decía nada, solo permanecía allí, con su presencia imponente, como si supiera todo lo que ha visto, todo lo que ha resistido a lo largo de los años. Su forma inclinada, y la manera en que la luz del sol acariciaba sus laderas, lo hacían parecer invencible.

A los pies de la montaña, un hombre y una mujer se sentaban en una pequeña mesa de madera, improvisada entre los árboles. Frente a ellos, platos sencillos pero abundantes llenaban la mesa. No había lujo, solo comida honesta, preparada con cariño. El vapor se elevaba de una sopa caliente, mientras el olor del arroz y el pollo a la parrilla se mezclaba con el aroma del aire fresco.

La conversación entre ellos era mínima, apenas un cruce de miradas, sonrisas suaves. No hacía falta hablar demasiado. Ambos sabían que, al compartir la comida, compartían más que un momento: compartían historias no dichas, errores no confesados. Porque no era necesario llenar el aire con palabras para saber que el hombre había cometido un error. Se notaba en la forma en que desviaba la mirada, en cómo sostenía el tenedor con un poco de tensión en sus dedos. Pero no había juicio, solo comprensión.

La mujer, tranquila, tomó un sorbo de su bebida y miró hacia el volcán, permitiendo que el silencio se asentara entre ellos. Porque ella sabía, como lo sabe la naturaleza, que los errores no definen a una persona, sino cómo se enfrentan. Él también lo entendía. La comida seguía siendo compartida, y en ese acto simple, él encontró un respiro, una manera de empezar de nuevo.

Las nubes se movían lentamente, pintando sombras ligeras sobre la tierra, y el cielo azul permanecía intacto. Como el volcán, ambos seguían allí, sabiendo que el paisaje cambiaría con el tiempo, pero la esencia de ese momento permanecería.

 

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