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El Vuelo Libre

 

En un pueblo rodeado de colinas verdes y caminos de tierra, vivía un joven llamado Mateo, cuya mayor pasión era montar en su bicicleta. Pero para Mateo, la bicicleta no era solo un medio de transporte; era una extensión de su ser, un símbolo de libertad y de conexión con el mundo que lo rodeaba.

Cada tarde, después de cumplir con sus tareas, Mateo tomaba su bicicleta y se aventuraba por los senderos que serpenteaban entre las colinas. El viento en su rostro, el sonido de las ruedas sobre la grava, y el latido acelerado de su corazón eran todo lo que necesitaba para sentirse vivo. Pero había algo más, algo que solo él comprendía: la sensación de volar.

No era un vuelo literal, por supuesto, sino algo más profundo, algo que ocurría en su interior. Al pedalear con fuerza, al sentir cómo la bicicleta respondía a cada movimiento suyo, Mateo experimentaba una liberación que lo hacía sentir como si pudiera elevarse del suelo en cualquier momento, como si el aire mismo lo sostuviera.

Un día, decidió explorar un camino que nunca antes había tomado. La senda era empinada, desafiante, pero eso no lo detuvo. Al contrario, lo motivó a seguir adelante, a ver hasta dónde podía llegar. Con cada pedalada, sentía cómo la bicicleta se fusionaba con él, como si ambos fueran uno solo, surcando el aire con una ligereza que no había conocido antes.

Cuando llegó a la cima de una colina especialmente alta, Mateo detuvo su bicicleta y miró a su alrededor. Desde allí, podía ver todo el valle, las casas dispersas, los árboles meciéndose suavemente con el viento, y más allá, las montañas que se alzaban en el horizonte. La vista era impresionante, pero lo que realmente lo emocionaba era lo que sentía dentro de él.

Inspirado por la belleza que lo rodeaba y por la sensación de plenitud que lo invadía, Mateo decidió hacer algo que nunca había hecho antes. Se subió de nuevo a la bicicleta, pero esta vez, en lugar de seguir un camino conocido, apuntó hacia el borde de la colina y comenzó a pedalear con todas sus fuerzas.

El descenso fue vertiginoso, el viento rugía en sus oídos y el suelo se desvanecía bajo él. Pero Mateo no sentía miedo. En su lugar, una paz profunda lo envolvía, una certeza de que estaba donde debía estar, haciendo lo que debía hacer. Y en ese momento, justo cuando el camino parecía terminar en el vacío, Mateo sintió como si realmente estuviera volando.

Los consejos de su madre resonaban en su mente: “Da, pero no permitas que te utilicen; ama, pero no permitas que abusen de tu corazón; confía, pero no seas ingenuo; escucha, pero no pierdas tu propia voz.” Mientras descendía, Mateo entendió que esos consejos eran como la bicicleta misma: herramientas para navegar la vida, para mantenerse equilibrado, para avanzar sin perderse.

Y mientras seguía su camino, el mundo a su alrededor se volvió un borrón de colores y sonidos, Mateo supo que su vuelo no era solo en el aire, sino en el espíritu. Estaba volando porque había aprendido a ser libre sin dejarse llevar, a amar sin perderse, a confiar sin cerrarse, y a escuchar sin silenciar su propia voz.

Cuando finalmente llegó al pie de la colina, frenó suavemente y detuvo su bicicleta. Respiró hondo, sintiendo el latido de su corazón en su pecho, y sonrió. No había dejado el suelo, pero de alguna manera, había volado más alto de lo que jamás había imaginado.

 

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