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El verdadero silencio

 

 

El hombre se sentaba en la piedra como si siempre hubiera estado allí, inmóvil, con el río acariciando sus pies descalzos. El agua, fría y transparente, corría a su alrededor, pero él no se movía. Frente a él, la catarata caía con fuerza, un estruendo constante que llenaba el aire, pero no lo perturbaba. En vez de ruido, aquel torrente era música, cada gota al caer componía una melodía que sólo los árboles y las rocas parecían entender.

El bosque, denso y verde, lo rodeaba como un abrazo silencioso. Las ramas, con hojas susurrantes, dejaban filtrar rayos de luz que jugueteaban sobre la superficie del agua. Las sombras danzaban a su ritmo, formando figuras que parecían moverse al compás de las notas acuáticas. Pero el hombre, con los ojos fijos en la caída del agua, apenas pestañeaba.

A su alrededor, todo era vida. Los sonidos del bosque se entrelazaban con el correr del río: el crujir de las ramas, el canto lejano de los pájaros, el suspiro del viento entre las hojas. Y sin embargo, todo parecía suspendido en un silencio profundo. El verdadero silencio, pensaba, no era la ausencia de sonido, sino esa calma que se encuentra en medio del ruido, como si el mundo respirara en armonía con él.

Allí, sentado en la piedra, su mente viajaba. Las palabras que alguna vez había dicho flotaban como burbujas en el aire, rebotando entre los troncos de los árboles. Palabras que habían sido suaves y otras que habían sido duras. Palabras de amor, de despedida, de promesas que alguna vez creyó eternas. Todo aquello rodaba ahora como hojas secas arrastradas por el viento, palabras que ya no le pertenecían, que habían perdido su peso en el tiempo.

El agua caía, constante, imparable. Como la vida, pensó. Todo sigue adelante, como el río que no se detiene por nada. Los recuerdos venían y se iban, como las gotas que tocaban las rocas y desaparecían en el flujo incesante. Pero él seguía ahí, mirando, sintiendo la vibración del agua en sus pies, el eco de lo vivido en su corazón.

El bosque, la catarata, el río… Todo estaba vivo y, a la vez, parecía congelado en ese instante. El hombre cerró los ojos, dejando que los sonidos lo llenaran por completo, y por un momento, sintió que la vida misma era esa música, esa sinfonía creada por la naturaleza que, en su ruidoso fluir, revelaba los silencios más profundos.

En medio del bosque, rodeado de todo lo que creía conocer, comprendió que el silencio no era la ausencia de palabras, sino la aceptación de lo que había sido dicho, de lo que ya no podía ser cambiado. Y en ese río, sentado sobre la piedra, dejó que la sombra de lo que una vez fue se diluyera como una gota más en el torrente, llevada por la corriente, hacia el olvido.

 

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