El río serpenteaba entre las rocas, su agua cristalina deslizándose con fuerza y determinación. Las plantas verdes que crecían a lo largo de la orilla se inclinaban hacia la corriente, como si intentaran acariciar el flujo constante que nunca se detenía. Las piedras, lisas por el paso del tiempo y del agua, formaban un camino resbaladizo y peligroso para aquellos que se atrevían a cruzar.
Las corrientes, a veces suaves y otras impetuosas, parecían cuchichear promesas de un destino lejano, un lugar donde todo lo que se perdía era llevado a las profundidades, para nunca más ser encontrado. El agua reflejaba el cielo, pero en su interior guardaba secretos que solo aquellos dispuestos a sumergirse podrían descubrir.
Mientras observabas el río, una inquietud crecía dentro de ti. ¿Qué sería de ti si la corriente decidiera llevarte con ella, alejándote de todo lo conocido? Las plantas verdes, tan arraigadas a la tierra, parecían recordarte lo fácil que sería dejarte llevar, olvidarte de luchar contra la fuerza del agua, de la vida.
Cada gota que golpeaba las piedras resonaba en tu mente, una y otra vez, como un eco que no podías ignorar. Sentías que algo, más fuerte que tú, te llamaba desde el otro lado del río, desde un lugar donde no habías estado pero que parecía esperar tu llegada. El temor de no volver a ver aquello que amabas, de que el río te arrastrara hacia un destino incierto, se mezclaba con la fascinación de lo desconocido.
Te preocupaba que, si te dejabas llevar, el río te llevaría tan lejos que nunca podrías regresar. Temías que, al final, las aguas te atraparan y que lo que encontrabas al otro lado no fuera mejor, sino un espejismo que te mantendría esperando para siempre.
Pero lo que más te aterraba no era el río en sí, sino la posibilidad de que, al cruzarlo, dejaras atrás todo lo que conocías, todo lo que habías sido, y que nadie notara tu ausencia. Que después de tanto tiempo, simplemente fueras olvidado, como una piedra arrastrada por la corriente, perdida en las profundidades del río, sin que nadie supiera que alguna vez estuviste allí.
El río seguía fluyendo, impasible, mientras tus pensamientos se enredaban como las plantas en la orilla, temerosos de lo que podría venir si decidías, al fin, dejarte llevar.