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El edificio diferente

 

 

En el corazón de la ciudad, se alzaba un edificio diferente, una estructura que desafiaba las normas y los patrones establecidos. Sus paredes reflejaban tonalidades de azules profundos, como el océano en calma en un día soleado. Pero detrás de esa aparente serenidad, se escondían formas que deformaban la percepción de quienes se acercaban.

En la cima del edificio, los puntos cardinales se encontraban, marcando un lugar de encuentro donde las almas perdidas buscaban respuestas. “Acércate”, susurraba el viento entre las grietas de las paredes, “si te das cuenta de que tu equipaje es más valioso entre más te desnudas”.

En las sombras de las habitaciones, resonaban los sollozos del silencio, un lamento que dolía más que mil lágrimas contenidas en las manos temblorosas de quienes habían negado sus propias necesidades. Cuántos cuerpos dolientes se refugiaban en el anonimato de aquel lugar, cuánta tristeza se escondía en miradas que pretendían haber visto todo sin haber visto realmente nada.

La gente buscaba motivos rebuscados para olvidar lo que los hacía únicos, lo que los hacía merecedores de amor verdadero. Pero en lugar de mostrar su verdadera esencia, optaban por ocultarla, creyendo que la conformidad y la comodidad eran suficientes. Los brazos cruzados simbolizaban una vida que se desvanecía lentamente, como una botella flotando en un océano de aire.

En medio de esa atmósfera cargada de desamor y resignación, había quienes se atrevían a desnudarse emocionalmente, a mostrar su vulnerabilidad y autenticidad. El edificio diferente, con sus azules y formas inquietantes, era un reflejo de la complejidad humana, donde la verdadera vida comenzaba cuando dejábamos de esconder lo que nos hace únicos y nos habríamos a la posibilidad de ser amados por quienes éramos realmente.

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