aunque sea la vida más aburrida,
dices,
no cabe en diez minutos.
lo importante nunca cabe,
ni en relojes ni en palabras.
ellas, envueltas en kimonos,
se sentaron frente a la comida
como quien descifra un poema
en una lengua ya olvidada.
los platos eran cartas,
y cada bocado, un verso.
comían despacio,
como si las cosas cotidianas
también pudieran ser celebradas.
el arroz sabía a tiempo,
a historias que nadie cuenta
porque parecen insignificantes.
las manos, tan precisas,
sostenían los palillos
como quien sostiene un secreto,
con cuidado de no romperlo.
el silencio alrededor era antiguo,
pesaba como el aire
antes de una tormenta.
pero no había prisa.
ellas sabían que en diez minutos
no se puede contar todo,
ni falta que hace.