En el desierto yace un carro viejo, y yo solo en mi soledad perdido.
Te busco con ojos cansados, pidiendo perdón al universo, al todo…
por tu ilusión, fugaz como el viento.
Detrás de ti, lejos como un lamento, mis ojos se desvían,
buscando consuelo, no se cansan.
Encontré bienestar que aún no comprendes,
en los rincones más olvidados de mi ser.
Los ojos, testigos de mil días, noches,
soles y lunas, aprenden a encontrar la grandeza,
en los pequeños detalles del tiempo.
Cada vez que te alejabas de mí,
la tristeza hacía eco en el silencio del desierto.
Mis ojos, entonces, miraban hacia adentro,
donde traté de nutrir la llama, que un día nos unió.
No quería matar de hambre, de olvido, de pena,
más bien mantener viva la sencillez y naturalidad
que nos unió en la danza eterna del destino.