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Corona de victoria

En una costa bañada por el resplandor del mar, vivía una mujer conocida por todos como “la bailarina”. No era famosa por sus pasos de baile, sino por su gracia al moverse entre su ropas, su cuerpo y lo que le rodeaba en la  naturaleza. Se decía que tenía la capacidad de conectar el mundo terrenal con el espiritual, como si bailara en el aire, simbolizando la armonía con la realidad y la ficción.

Un día, mientras caminaba por la playa, la bailarina encontró un caracol perdido entre la arena. Lo tomó con delicadeza y lo observó con curiosidad. El caracol, con su espiral perfecta y su caparazón protector, despertó en ella un deseo profundo de comprender su significado en el vasto esquema de la existencia.

La bailarina llevó el caracol consigo mientras danzaba por la playa, dejando que el sonido de las olas y el viento se mezclaran con el susurro del mar en el interior del caparazón. En sus sueños, el caracol le hablaba de la paciencia del mar, de cómo cada ola y cada grano de arena eran parte de un ciclo infinito de transformación y renacimiento.

Mientras tanto, los amigos, que la conocían por su sabiduría y su conexión con lo espiritual, la admiraban por la valentía y las responsabilidades terrenales y la liberación espiritual, en lo que se desempeñaba con mucho ahínco y perspicacia. Ella era toda una maga de la transformación en su sentido más profundo, inspirada por estas enseñanzas, se sumergió aún más en la contemplación del caracol y su mensaje de conexión con el mar y la naturaleza, les explicaba a sus amigos y conocidos que esta era su forma de honrar sus obligaciones con gracia y sabiduría, y así alcanzar una comprensión más profunda del mundo y acceder a la conciencia cósmica a voluntad y compartirla con los que la rodeaban.

Así, la bailarina se convirtió en una maestra de la transformación, no solo en su danza entre las olas y la arena, sino también en su capacidad de integrar los aspectos del mundo y los espirituales de la vida. Su corona de victoria no era solo un adorno, sino el símbolo de su dominio sobre ambos reinos, como una verdadera bailarina del universo.

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