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Carroza de reyes y princesas

 

 

Era un carretón viejo, de esos que suenan a madera que ha visto mil historias, que ha rodado por caminos de tierra y ha sido testigo de tiempos olvidados. Pero este carretón no siempre fue así, no siempre fue solo un recuerdo del pasado. Hubo un tiempo en el que brillaba como una carroza de reyes y princesas, adornado con luces de colores y tejidos finos que ondeaban al viento.

Este carretón tenía el don de transformarse en lo que necesitaba su compañero. Era amigo en las horas de soledad, una presencia cálida y acogedora que susurraba secretos al viento. Era la chica que bailaba bajo la luz de las estrellas, con pasos ligeros que dejaban estelas de sueños cumplidos.

Cuando la tristeza acechaba, el carretón se convertía en confidente, un refugio seguro donde derramar lágrimas y encontrar consuelo. Era las alas que impulsaban hacia el cielo de los sueños, la energía que renovaba el espíritu en las horas más oscuras.

 

En las madrugadas de risas, era la carcajada que resonaba en la noche, desafiando al silencio con su alegría contagiosa. Y en medio de charlas profundas, era la copa de vino que acompañaba las confesiones más íntimas, su sabor mezclándose con las palabras compartidas.

Pero no todo era ligereza y alegría. El carretón también era la red de seguridad, atrapa-sueños que filtraba las pesadillas y dejaba que solo los sueños más dulces se posaran en las noches. Era la risa que iluminaba la oscuridad, la prisa que aceleraba los corazones en el éxtasis del amor.

En los días calurosos de verano, era la brisa fresca que aliviaba el calor, el aroma de las flores que se mezclaba con el sudor de la piel. Y cuando el otoño llegaba con su melancolía, era el calor reconfortante que abrazaba como una manta suave y cálida.

Al amanecer, era el sabor dulce que despertaba los sentidos, el candor de un nuevo día que nacía entre sus brazos. Y en las noches frías de invierno, era la fogata en la cabaña, los colores de la manta que cobijaba y el calor que derretía el hielo del alma.

El carretón viejo fue una carroza de reyes y princesas, un compañero fiel que se adaptaba a cada estación, a cada estado de ánimo, a cada necesidad. Y aunque el tiempo pasara y la madera se desgastara, su espíritu perduraría siempre en la memoria de aquellos que supieron apreciar su magia.

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