Había una vez un lugar donde las formas cobraban vida y las figuras imaginarias se entrelazaban en un baile de puntos, colores y líneas. En ese mundo, habitaba un ser singular llamado Seraphine, cuyo cuerpo tomaba la forma de un círculo perfecto.
Seraphine era diferente a los demás habitantes de aquel lugar. Mientras que muchos se conformaban con sus formas predefinidas, ella soñaba con ser algo más, algo único. Un día, decidió explorar más allá de su entorno conocido y se adentró en el Reino de los rectángulos, cuadrados otras figuras geométricas.
Allí, conoció a Recto y Cuadra, dos seres que seguían las reglas y normas establecidas por la sociedad geométrica. Intrigados por la forma circular de Seraphine, le preguntaron por qué no encajaba en sus moldes rectangulares y cuadrados. Ella les respondió con una sonrisa: “Porque mi corazón no cabe en ninguna forma prediseñada”.
Ellos, sorprendidos por sus palabras, comenzaron a cuestionar sus propias limitaciones. Juntos, exploraron nuevas formas de ver el mundo, aprendiendo que la belleza radica en la diversidad y en atreverse a ser diferentes.
Con el tiempo, Seraphine levanto la bandera y fue un símbolo de libertad y creatividad en aquel reino. Las figuras geométricas e imaginarias comenzaron a tomar formas más fluidas y únicas, rompiendo las barreras de lo convencional.
Así, cada vez que alguien se marchaba de aquel mundo limitado por formas rígidas, Seraphine les recordaba la importancia de amar sin miedos, ni planes, sin garantías, abrazando la belleza de lo inesperado y lo que no es convencional.
