En una sabana africana un grupo de elefantes viajaba desde lugares muy lejanos para llegar a un antiguo lago donde podían encontrar agua fresca y abundante. Cada elefante llevaba consigo historias y experiencias, como si sus largos viajes fueran un reflejo de las travesías que los humanos también enfrentaban en sus vidas.
En ese grupo, había un elefante llamado Amar, cuyo nombre resonaba con el verbo más poderoso de todos: amar. Para él, el amor era más que una emoción, era una fuerza que lo guiaba en su viaje y lo conectaba con los demás elefantes de su manada. Amar sabía que sin el sustantivo del amor, es decir, sin la conexión y el cuidado hacia los demás, el verbo perdería su significado.
La conexión con otros era un don que Amar valoraba profundamente. Sabía que al estar en una red de contactos con sus compañeros elefantes, podía brindarles alegrías, apoyo y soluciones a sus necesidades. En ese intercambio constante de ayuda mutua, encontraban la verdadera fuerza y felicidad.
Pero no todo era fácil en el viaje de los elefantes. Había momentos de reconstrucción, donde la paz era el primer paso hacia la resolución de conflictos. Las grietas en las relaciones debilitaban la armonía, y se requería firmeza y voluntad para superar los desafíos.
A pesar de los obstáculos, los elefantes nunca perdían las ganas de soñar. En cada lugar que visitaban, encontraban un espacio para imaginar un mundo mejor, donde la seguridad para ellos florecía en su forma más pura y auténtica, de que no les robaran sus colmillos.
Y en esos momentos de reconstrucción, el perdón jugaba un papel crucial. Amar y los demás elefantes aprendieron que el perdón no era solo olvidar, sino reconstruir las relaciones desde una base de comprensión y empatía.
Otro elemento en su viaje de todos los días era la fe, era su guía constante. Los elefantes creían que la fe traería todo lo que necesitaban en su camino, desde agua para saciar su sed hasta la fuerza para enfrentar los desafío. Y así, con amor, conexión, reconstrucción, paz, firmeza, sueños, perdón y fe, el grupo de elefantes continuó su viaje, dejando una huella de esperanza y sabiduría en cada paso que daban.
