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Bajo el arco del dragón dormido

Dicen los ancianos de Yangshuo que el puente de piedra que cruza el río Li no fue construido por manos humanas, sino por las costillas de un dragón que se quedó dormido tras una borrachera de luna llena. El río, en agradecimiento por su quietud, lo dejó donde estaba y comenzó a fluir bajo su lomo curvado con la paciencia de quien ha aprendido a convivir con gigantes.

El arco del puente se alza como un umbral entre dos mundos: arriba, el rumor de bicicletas, turistas con gorras de colores, mochilas y cámaras que parpadean como insectos; abajo, otro universo más lento, más profundo, donde el tiempo camina descalzo.

Bajo ese arco vive un parque que nadie diseñó pero todos conocen. El parque no tiene nombre oficial, pero la gente lo llama El Patio del Reflejo, porque cuando el agua está quieta, el arco del puente y su sombra forman un círculo perfecto, como un espejo sin marco. Ahí, cada mañana, los cuerpos se mueven como si danzaran al compás de una melodía que solo los huesos viejos pueden oír. Los practicantes de taichí agitan las manos como si moldearan el viento. Las señoras bailan con abanicos rojos, y los hombres mayores juegan ajedrez chino sobre piedras planas con fichas gastadas que ya no necesitan caracteres.

Junto a ellos, artistas de toda calaña despliegan su mundo: un anciano ciego que toca el erhu y hace llorar al río, un niño que dibuja los picos kársticos con tizas de colores, una mujer muda que talla aves en madera con una navaja oxidada. Cada uno tiene su rincón, su ritual. Nadie se estorba. Todos caben bajo el arco del dragón.

También están los vendedores, claro. La señora que prepara panqueques de cebolleta con una sonrisa que huele a infancia, el viejo que hierve té de jazmín en una tetera negra como el alma de los peces del fondo, el adolescente que vende postales y a veces, sin que nadie lo note, escribe poemas en el reverso.

Una vez, un extranjero preguntó si el parque era una atracción turística. Nadie supo qué responder. Porque ¿cómo explicarle que el parque no está en los mapas, pero está en los sueños de todos los que han vivido aquí?

Yo fui parte de ese lugar un otoño. Me senté bajo el arco, escuché al erhu, tomé té del viejo, y compré una postal al chico poeta. Aún la guardo. En el reverso escribió:

“Quien se sienta aquí no vuelve igual.
Porque el dragón, aunque dormido,
sabe leer el corazón.”

Ahora entiendo. Bajo ese arco no solo se descansa o se hace ejercicio. Bajo ese arco uno se encuentra.

Y a veces, si el sol está justo en el centro y el río calla, puedes ver en el reflejo a tu yo del pasado, saludándote con una reverencia.

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