Hay lugares en el mundo donde el tiempo parece detenerse, donde la bruma abraza las montañas al amanecer y el agua murmura historias desde la antigüedad. El río Li, serpenteando suavemente por la provincia de Guangxi, es uno de esos rincones sagrados donde la naturaleza y la poesía se funden en una misma respiración.
Desde Guilin hasta Yangshuo, el río traza una línea líquida entre colinas que se alzan como guardianes de piedra: miles de montañas kársticas que, como gigantes dormidos, vigilan el paso de los días. Formadas por millones de años de erosión, estas formaciones rocosas no sólo son testigos de la eternidad, sino también esculturas vivas que reflejan en el agua su alma inmutable.
Aquel que navega por el Li no solo recorre un río, sino una historia. En 1982, la Zona Escénica del Río Lijiang fue reconocida oficialmente por su valor cultural e histórico. Pero mucho antes de eso, los poetas ya habían encontrado en su curso la inspiración; los pinceles de los pintores chinos ya habían intentado capturar sus curvas sutiles y sus paisajes envueltos en niebla.
Las ciudades que el río une—Guilin, con sus templos escondidos entre la piedra, y Yangshuo, con sus callejuelas llenas de vida—son como versos complementarios de un poema largo y tranquilo. Caminar por sus orillas o deslizarse sobre una balsa de bambú es como atravesar una pintura en movimiento, donde cada giro del río revela una nueva metáfora visual, un susurro de siglos pasados.
Una mirada alrededor del río Li es, en verdad, una mirada hacia adentro: hacia lo que en nosotros aún cree en la belleza pura, en la eternidad de la naturaleza, y en la magia de los paisajes que hablan sin palabras.