El agua caía desde lo alto de la montaña, deslizándose por las rocas en un torrente que parecía interminable. La catarata, imponente y majestuosa, emitía un estruendo que resonaba en el valle, una sinfonía natural que envolvía todo a su alrededor. Pero algo en la forma en que la luz del sol se filtraba a través de las gotas de agua creaba un efecto óptico peculiar. No era una simple cascada; era una ilusión que escondía más de lo que mostraba.
Me acerqué a la base de la catarata, sintiendo la niebla fresca sobre mi rostro, y observé cómo el agua parecía dividirse en mil colores, reflejando una gama de tonalidades que hipnotizaba mis ojos. Pero mientras más observaba, más me daba cuenta de que la imagen no era estable. El agua cambiaba, el arco iris que creaba se distorsionaba, y la belleza de la escena se mezclaba con algo más profundo y oscuro.
Las creencias que había llevado conmigo durante tanto tiempo comenzaron a aparecer ante mí, reflejadas en la cascada como un espejo. Creencias sobre lo que debería ser, sobre lo que nunca podría cambiar, sobre el dolor que me había acompañado durante años. Cada gota de agua parecía contener un fragmento de esos pensamientos, y la catarata se transformó en una corriente de sufrimiento atrapado entre las rocas, una prisión líquida que había construido yo mismo.
Me quedé allí, observando cómo el agua fluía con fuerza, llevándose consigo esos pensamientos antiguos, pero siempre regresando, cayendo una y otra vez. Era un ciclo interminable, una repetición de los mismos patrones, de las mismas ilusiones que había permitido que controlaran mi vida.
Pero entonces, algo cambió. La luz del sol, que antes había creado un arco iris inestable, se movió ligeramente, y la catarata, con su efecto óptico engañoso, reveló una nueva perspectiva. La imagen que había visto durante tanto tiempo no era más que una ilusión, una distorsión de la realidad causada por mi propia mente. Lo que creía ser una fuente de dolor inevitable, no era más que un juego de luces y sombras.
Di un paso atrás, alejándome de la niebla fría que rodeaba la catarata, y me di cuenta de que el sufrimiento no estaba atrapado en las rocas ni en el agua que caía sin cesar. Estaba atrapado en mi propia percepción, en la forma en que había elegido ver el mundo y mis propias experiencias.
Con una nueva claridad, observé la catarata una vez más. Ya no era una prisión, sino un flujo constante, un recordatorio de que todo en la vida está en movimiento, que nada permanece igual, y que las creencias que nos causan dolor pueden transformarse si cambiamos nuestra perspectiva.
Cerré los ojos y respiré profundamente, dejando que el sonido del agua llenara mi mente. Cuando los volví a abrir, la catarata seguía allí, pero ya no me parecía tan imponente. Era simplemente una parte del paisaje, hermosa en su propia naturaleza, pero sin el poder de atraparme en ilusiones dolorosas. Con una sonrisa, me alejé, sabiendo que, aunque no pudiera detener el flujo del agua, sí podía elegir cómo verlo.