Por las calles de la Fortuna, donde el brillo del éxito y el aroma del progreso danzan en el aire, caminaba una mujer en busca de su destino. Sus pasos resonaban en el pavimento, marcando el ritmo de una vida llena de luchas y anhelos.
Ella había recorrido el camino del Progreso, donde las oportunidades se presentaban como destellos de luz en medio de la oscuridad. Había saboreado el éxito, disfrutando la satisfacción de ver sus esfuerzos dar frutos, pero también había sentido el peso de las expectativas y las exigencias que acompañan a quienes se adentran en la senda del triunfo.
Sin embargo, antes de alcanzar el Futuro que tanto anhelaba, se detuvo en la Lucha. Las calles se estrecharon, las casas perdieron su imponencia, pero el espíritu de esfuerzo era palpable en cada esquina. Allí, entre piedras con vida y animales tatuados en las rocas, encontró instantes que supo aprovechar al máximo, aprendiendo lecciones que ningún libro podría enseñarle.
Fue entonces cuando se encontró cara a cara con la verdad, con la realidad que había estado ocultando incluso a sí misma. Una piedra, símbolo de esa verdad incómoda, le dijo: —Soy invisible aunque algo ves, intangible e inaccesible como sostener un pensamiento con las manos. Pero debes reconocer que es solo tuyo.
No se engañaba con falsas verdades, pues en su corazón sabía que había una presencia que la atormentaba. La piedra insistía, resonando en su mente como voces inquietas y necias, —Tú, siempre tú—, le repetía una musa confusa, mientras ella se perdía en el laberinto de su propia falsedad.
La piedra parecía empeñada en hablarle, en señalarle que se estaba volviendo loca y distrayendo del camino elegido. Reconoció que era embustera consigo misma, auto boicoteándose por sus miedos, llevándola a cuestionar incluso su propia identidad.
En ese vaivén constante entre corazón y mente, entre realidad y engaño, se encontraba esta mujer en las calles de la Fortuna. Una habitante más del infierno mentiroso, en el que vivía, donde hasta su propio reflejo en el espejo parecía despreciarla por la mentira en la que se había sumergido.
