En las orillas del río Tempisque, un ave en vuelo capturó la atención de un fotógrafo atento. Era un día tranquilo, con el sol reflejándose en las aguas verdes serenas del río, creando un escenario de calma y belleza natural.
El ave, con sus alas extendidas, iniciaba su danza en el aire, moviéndose con gracia y elegancia mientras buscaba su próximo destino. Para el fotógrafo, cada movimiento del ave era como un pequeño salto en el vacío, una muestra de cómo la estabilidad se construye con valentía y determinación.
Mientras seguía el vuelo del ave con su cámara, el fotógrafo reflexionaba sobre el significado de viajar y explorar. Cada escondite que descubrimos en nuestros viajes, ya sea físicos o emocionales, nos consuela el alma y nos llena de alegría. Esta alegría, a su vez, se devuelve al universo en forma de energía positiva, iniciando un proceso de ebullición en nuestro entorno cargado de deseos de vivir y de transformación.
En medio de sus reflexiones, el fotógrafo sintió una premonición, un instinto que le susurraba que ese momento capturado en la fotografía sería significativo, era un presentimientos, que le indica que algo importante está por suceder.
Y así fue como, al revisar la fotografía tomada al ave en vuelo sobre el río Tempisque, descubrió que su simple acto de observar y capturar ese momento había cambiado el resultado de un acontecimiento. El ave, en su vuelo, había dejado una lección invaluable sobre la importancia de estar presentes en cada momento y de cómo nuestra observación puede tener un impacto significativo en los eventos que presenciamos.
